Resistirse o adaptarse
Seguimos con el tema del post anterior: los cambios que no provocamos sino aquellos que nos acontecen de improviso, los que no avisan.
Los animales no se plantean qué hacer ante el cambio, así que pare ellos no cabe resistirse; de la misma manera, un animal u otros seres vivos, no tienen la voluntad de adaptarse a las circunstancias y aprovecharlas. En la naturaleza las cosas son, en cierto sentido, muy simples: los que no se adaptaron ya no están y los que vemos han aprovechado lo que tenían a su alcance.
Pero los seres humanos tienen una mente que no se detiene y que hace que las respuestas sean un poco más complejas. Ante un cambio no buscado es natural que la primera reacción sea huir. Ir lo más lejos posible, esconderte, que nadie te encuentre y así alejarte de lo que se avecina. Como profesor de tecnología me encuentro muchas veces con esa reacción. En las grandes empresas la mayor resistencia se presenta ante las posibles mejoras tecnológicas. Algo tan natural en casa como el cambio de programas en el ordenador puede ser un drama en un entorno de trabajo en el que la comodidad de conocer los procesos y los métodos adormece nuestra actitud exploradora; entonces la pereza hace que aparezca un rechazo frontal a los cambios que puede llegar a paralizar la empresa. Y no debería ser así.
Imagínate de vacaciones veinte años atrás: te llamarían la atención muchas cosas, como la manera de tomar fotos. Sí, tenías una cámara de carrete, de las que te obligaban a pasar la foto para poder hacer la siguiente y que llevabas a la tienda para revelarlo y ver el resultado.
Ahora recuerda la última celebración a la que hayas ido. Ya no hay carretes, ya no sufres por si se vela y lo pierdes todo. Hemos pasado por esas cámaras compactas digitales que tanto facilitaban obtener un recuerdo de todo tipo de situaciones y hoy en día los teléfonos móviles incorporan una cámara mejor de lo que nunca hubieses imaginado, de manera que hacemos fotos sin límites ni preocupaciones. ¿Es un cambio que tú has decidido? No, menos aún lo has buscado. Pero has tomado la opción de no rechazarlo.
La tecnología es, sin duda, uno de los ámbitos en los que más cambios se produce y más rápidamente; y también de los que más recelos provoca. Habréis visto las fotos que cíclicamente se cuelgan en las redes sociales de gente en el metro, el autobús o la calle mirando el teléfono o la tableta. En la China, se llegó a crear un carril smartphone para los que no pueden levantar la cabeza del aparato. Ante todo ello, hay quien considera que la tecnología hace daño, pero basta echar la vista atrás para darse cuenta de que eso mismo ha ocurrido a lo largo de toda la historia de la humanidad.
Te has preguntado alguna vez como la venta masiva de periódicos cambió los hábitos de consumo de la gente. Poder comprar por poco dinero un trozo de papel que te informaba de lo que pasaba hizo que la gente quisiera noticias sin descanso, hasta el punto de consumir la edición de la mañana, la de la tarde y la de la noche. A principios del siglo xx, no era extraño ver un tranvía lleno de personas leyendo, cada una con su periódico. Esa revolución social y de consumo fue posible porque las máquinas rotativas permitían imprimir a gran velocidad. Fue, por tanto, un cambio tecnológico, como cambiar un programa informático o un proceso de producción de cualquier cosa. Entonces ¿qué debemos hacer ante los cambios no buscados? Adaptarnos.
El ser humano siempre se resiste al cambio. No nos gusta. Dijimos no a la rueda, a la imprenta, a los motores, a las máquinas de vapor, a los coches…, pero al final el cambio siempre nos ha pasado por encima. Eso nos enseña que en vez de protestar hay que adaptarse y hacer algo mucho más importante: perder el miedo. El paso del tiempo nos ha demostrado que con el cambio nunca pasa nada y que, cuando pasa, tampoco pasa nada si pasa. Hay que relativizar los dramas. Pero entonces, ¿cómo hay que actuar ante un cambio?
La pregunta es lógica y la solución, más fácil de lo que imaginas: la actitud.