Pensar positivamente aumenta nuestras defensas ¿Qué podemos hacer para lograrlo?
Hemos llegado al final del año muy cansados. Escucho a mucha gente decir “me quiero olvidar de 2020”. Y lo comprendo, porque fue un año bien difícil. Pero no alcanza con “decidir olvidar” para que esos momentos que vivimos, desaparezcan. Quizá logramos bloquear nuestros pensamientos (la mente), pero las marcas han quedado en el cerebro (nuestro órgano). Y, si no trabajamos en modificar esas marcas negativas, van a aflorar de forma inconsciente en cualquier momento de nuestras vidas, haciéndonos sentir tristes, mal, enojados… y no vamos a entender por qué.
Por eso, en lugar de gastar nuestras energías en “olvidar” (porque lleva energía bloquear los pensamientos negativos), es mucho más productivo utilizar esa energía para emprender un proceso de cambio. ¿De qué tipo? Un cambio de actitud frente a las adversidades de la vida, las que vivimos hoy y las que nos tocará seguir viviendo, pensando en todo lo positivo que tuvo este período: nos reconectó con nosotros mismos. Permitió a muchos disfrutar de sus hijos como no lo habían hecho en años. Nos volvió más reflexivos, más ágiles, más flexibles, más solidarios y empáticos. Dicen que este período nos ayudó a recuperar la esencia de nuestra humanidad.
Pero también fue perturbador por tanto cambio en tan poco tiempo, traumático para mucha gente que quedó sin empleo o tuvo que cerrar su empresa, su comercio, su emprendimiento, y muy doloroso para quienes perdieron algún ser querido. Esto no se olvida. Pero mientras vamos transitando el duelo por estas pérdidas, podemos generar pensamientos positivos, que finalmente terminarán curando esas marcas en nuestro cerebro, porque nosotros seguimos vivos y hay que seguir adelante.
Y esto, es bien posible, si uno se lo propone. Sólo hay que tener el deseo de hacerlo.
Dice el biólogo argentino Estanislao Bachrach, quién cree en la neuroplasticidad, que nuestros pensamientos pueden trasformar nuestro cerebro. Es cierto que no podemos controlar el cerebro, pero sí gobernarlo un poco más.
Según Bachrach, nuestro cerebro está programado para no cambiar, pero tiene una capacidad de cambio, que nosotros no usamos. El cerebro busca la rutina y el automatismo para no correr riesgos. Y es el responsable de todas nuestras acciones involuntarias cotidianas.
Pero dice este científico que, “si le hablamos a nuestro cerebro” (a través de nuestros pensamientos), podemos transformarlo.
De esto se trataban los ejercicios propuestos en mi post anterior “Técnica para iniciarse en la práctica de Futurización…”, porque el primero de estos es que tu Yo del 2030 le hable a tu Yo del 2020. Es una forma sencilla de reflexionar sobre dónde estás hoy y qué quieres para mañana. Esto no puede hacerlo el cerebro por sí solo.
Porque el cerebro es un órgano, con neuronas y cables. Y la mente son nuestros pensamientos y nuestras emociones. Si bien es cierto como comenta Bachrach que la mente depende del cerebro (pensamos y sentimos porque tenemos neuronas), también es cierto que la “calidad y el contenido de lo que pensamos modifica geográfica y físicamente nuestro cerebro. Si pensamos todo el tiempo en negativo, en 10 años nuestro cerebro va a tener avenidas y autopistas cada vez más negativas que se van retroalimentando”.
Pero si hacemos el esfuerzo de generar pensamientos positivos, futurizando e imaginando ese futuro que deseamos, lograremos modificar nuestro cerebro y por consiguiente nuestras emociones, nuestro estado anímico y nuestra resiliencia (palabra que este año hemos oído mucho) para tramitar los duelos de mejor manera y transformar la frustración o el dolor en fuerza motora para enfrentar la adversidad guiados más por nuestro deseo (lo que pensemos) que por la coyuntura que nos toque vivir.
Así que, más que pasar página, hagamos una lista de los efectos colaterales positivos que tuvo este 2020 en cada uno de nosotros y desde ese lugar, demos voz a nuestro Yo del 2030 para que le hable a nuestro cerebro y nos oriente sobre el camino que debemos emprender, para llegar hasta allí en la forma en que imaginamos y deseamos.
No soy una creyente de la “autoyuda” porque nos puede llevar a un lugar de “autocompasión” y esto no nos beneficia.
Pero sí creo firmemente en nuestra capacidad para abandonar ese lugar de “comodidad sufriente” al que nos lleva nuestro cerebro todo el tiempo y perseguir nuestro deseo, sean cuales sean las circunstancias que nos toque vivir.
Igual que las “dietas”, no existe el mejor momento para empezar. Dejar esta tarea de “hablarle a nuestro cerebro” hasta el lunes, no es más que una excusa para postergar el hacer algo que, claro que va a requerir esfuerzo; claro que nos va a llevar energía porque no es magia, es un proceso y que implica trabajo de nuestra parte.
Pero, como con las dietas, el día que logramos ponernos ese pantalón que no nos entraba, sentimos, mucha, pero mucha alegría y nuestra mente y nuestro cerebro, ya aprendieron que, salir de la zona de confort, bien vale la pena.