La Realidad no es la que es
Hay gente que decide cada mañana escoger las gafas rosas, de cristales rosa fucsia. La realidad es la misma, pero su visión de ella difiere en muchos grados.
Y aquí quiero proponerte un pequeño ejercicio. Acabo de decir que la realidad es la misma, y no estoy seguro al cien por cien de ello. Los físicos cuánticos aseguran que no es así, y que el sólo hecho de observar la realidad, ya la modifica. Sinceramente, el tema me resulta tan apasionante como complejo, y sigo intentando entender explicaciones teóricamente fáciles como la paradoja de Schrödinger y su ejemplo del gato. Yo te propongo tres escenarios. Con toda probabilidad te encontrarás en alguno de ellos:
- El universo y las embarazadas
¿Estás o has estado embarazada? En caso afirmativo, ¿puedes recordar que pasaba cuando salías a pasear? Te puedo contestar: veías embarazadas por todas partes. ¿Cuál es la explicación? Tu embarazo, ¿ha tenido un efecto multiplicador en el número de embarazadas de tu zona? Sólo hay dos explicaciones posibles:
a) El universo selecciona embarazadas de toda la galaxia y me las envía a mi barrio en total sincronía con mi paseo diario
b) Llevo ‘gafas de embarazada’ y sólo veo embarazadas, bebés, anuncios de bebés, carritos de bebés, etc.
- El universo y los Twingos
¿Te has comprado un coche alguna vez? Me gusta poner el ejemplo de el Twingo, por ser un coche un tanto extraño. Incluso si fue este modelo, que no era el que tenía la mayoría de gente, ¿qué paso al primer día de conducirlo? Te puedo contestar de nuevo: te cruzabas constantemente con tu modelo de coche. De nuevo, sólo hay dos explicaciones posibles:
a) El universo selecciona Twingos de toda la galaxia y me los envía a mi ciudad en total sincronía con mi recorrido diario
b) Llevo ‘gafas de me-he-comprado-un-Twingo’ y sólo veo Twingos
- El universo y las muletas
¿Qué pasaba cuándo salías a la calle? También sé la respuesta: no parabas de ver gente con muletas. Sólo puede haber dos motivos:
a) El universo selecciona lesionados de toda la galaxia y me los envía a mi barrio, a mi trabajo e incluso al cine al que voy el fin de semana.
b) Llevo ‘gafas de lesionado’ y sólo veo gente con el pie enyesado, con muletas o con silla de ruedas.
En todos los casos estarás de acuerdo en que la respuesta correcta es la b). Efectivamente, hasta cierto punto, la realidad no existe como tal, sino que depende de las gafas que llevamos. Antes de tu embarazo ya te cruzabas con exactamente el mismo número de chicas que igual que tu ahora, estaban embarazadas. Simplemente ahora las ves porque llevas las gafas que detectan embarazadas. En física cuántica diríamos que tus gafas te permiten ver en las misma frecuencia de onda, y de todos los estados posibles de la realidad, como observadora, creas uno.
Pues bien, estoy convencido que la clave para el éxito en la vida no esta en si es posible o no, sino que está en cuán probable es. El éxito es una cuestión de probabilidades, y hay gente que va por la vida incrementando las probabilidades de éxito, de manera constante y con persistencia. De la misma manera, hay gente que decrementa las probabilidades de éxito también con una constancia asomborosa. En ambos casos, la clave son las gafas que visten. Es decir, la actitud. Y de la misma manera que tu escojes las gafas, has aprendido en el capítulo 6 a decidir que actitud tomas ante las realidad tienes delante de ti.
Muy probablemente no puedes influir en la marcha de la economía mundial, ni siquiera nacional. Pero hay gente que día a dia, minuto a minuto, incrementa las probabilidades de que los negocio le vayan mejor. Casi a diario, y seguramente porque llevo mis gafas de soy-formador-en-actitudes-de-alto-rendimiento, encuentro ejemplos cotidianos. Hace unas semanas me dirigía Andorra desde Barcelona, para dar una sesión al día siguiente. Antes de cruzar la frontera paré en un restaurante para comer algo. Algo rápido y ligero, pues era tarde y no quería una digestión larga ni pesada. Transcribo el diálogo:
– Buenas noches
– Grmgrmgrm (sonido gutural presuntamente de bienvenida, emitido por el único hombre al otro lado de la barra, mientras miraba fijamente al televisor)
– Podría tomar un bocadillo pequeño y un café con leche
– Grmgrmgrm (sonido gutural presuntamente de aceptación del pedido e incluso, pensé en aquel momento, que de cierta empatía)
Entonces el hombre entró en la cocina y, a los pocos segundos, con medio cuerpo todavía dentro de la cocina y la otra mitad suficientemente fuera para como para que yo lo viera, sosteniendo un enorme panecillo, siguió la conversación:
– Grmgrmgrm (sonido gutural presuntamente de oferta de producto y captación del feedback del cliente potencial, muy potencial por la información recabada hasta el momento y el escaso número de competidores en la zona)
– La mitad será más que suficiente, si es tan amable
Esto provocó un cambio en su actitud, y por fin medió palabra:
– Si quiere uno, pues uno. Si quiere dos pues dos. Pero medio, no puede ser
– Ningún problema señor. Aquí tiene el código de la wifi, a la que podrá acceder sin problemas desde su habitación creo que no hace falta explicar si la historia acabo en un cliente satisfecho o en la pérdida de uno potencial. Al llegar al hotel de Andorra, casi a la medianoche, comenté al recepcionista que me resultaba crítica una conexión a Internet. Era un chico joven de apenas 20 años. Transcribo de nuevo la conversación
– Gracias. Por cierto, me gustaría pedirle una habitación silenciosa, pues tengo problemas para dormir (siempre duermo fatal en los hoteles).
– Veo que tiene una reservada en la planta primera. Este hotel es muy tranquilo, de todas maneras, se la cambiaré por otra en la planta sexta. Además me aseguro de que dé a la parte trasera y que no esté al lado de ningún ascensor.
(Subo a la habitación y no me funciona Internet)
– Buenas noches, estoy ha en mi habitación y no consigo conectarme a la wifi
– Explíqueme que error le favor favor
– Vamos ver, soy informático, y le digo que la wifi no funciona o el código es incorrecto … (tono de cliente presuntamente insatisfecho que ha dejado de ser amable para pasar a ser desagradable)
– No se preocupe señor. Le doy mi password de la red privada. Tome nota …
(diez minutos más tarde)
– Buenas noches, vuelvo a ser yo (frase de por si estúpida pero suficientemente clara por el contexto)
– Le ha funcionado
– No. De lo contrario no estaría llamando (tono de cliente presuntamente nada y claramente a punto del colapso)
– No se preocupe señor. Subo en un momento
Al minuto el chico estaba en mi habitación. Tomo los mandos. Le tomó veinte minutos, pero se fue dejándome conectado y satisfecho.
Varias preguntas me vienen a la cabeza:
– ¿Cobraba más este chico que el camarero (o quizá dueño) del bar?
– ¿Era el recepcionista más bien pagado de Andorra?
– ¿Era intrínsecamente atractivo estar en la recepción de un hotel, atendiendo a clientes en algunos casos desagradables?
Claramente la respuesta es no. El camarero (insisto, o dueño) del bar, invitaba a irse. El recepcionista a quedarse. El primero perdió una venta. El segundo gano un cliente. Uno llevaba el modelo de gafas gris, y el otro el rosa. Y lo más importante: sea cual sea la situación económica, al primero le irá peor que al segundo. Si la crisis acaba en el año X, para el camarero durará hasta el X+1, mientras que el recepcionista la recibirá al X-1.