COVID-19 y variantes, vacunas y patentes
Ahora que han pasado unas cuantas semanas desde la decisión del presidente de EEUU de suspender temporalmente las patentes de las vacunas contra el coronavirus, con reacciones positivas y negativas, entusiasticas y escépticas, quizás se pueda reflexionar sobre el tema con más perspectiva y sobre todo con un poco de sentido común.
Primero hay que recordar que el debate sobre una revisión de las legislaciones de patentes en el sector farmacéutico no acaba de empezar, sino que existe desde hace mucho tiempo, pero en este caso ha alcanzado un nivel global sin precedentes debido a la difusión de la pandemia.
La patente
A través de una patente se le otorga a su titular un derecho exclusivo (monopolio) sobre el invento científico o tecnológico objeto de la patente, limitado tanto a nivel temporal (generalmente hasta un máximo de 20 años) como a nivel territorial (solo en los países donde se registra la patente). Una vez transcurridos los 20 años (antes si el titular decide abandonar la patente), o desde siempre en los países donde no se ha registrado la patente, el invento pasa a ser de dominio público, es decir deja de ser un monopolio para abrirse a la libre competencia: en el sector farmacéutico, un medicamento se trasforma en un genérico.
Durante la vigencia del derecho exclusivo otorgado por la patente, su titular tiene la facultad y el derecho a impedir que terceros (personas físicas o jurídicas) fabriquen, exploten, vendan o utilicen, sin su consentimiento, la invención objeto de la patente, dentro del territorio en el que se ha registrado la patente.
La necesidad prioritaria que tenemos en este momento histórico de pandemia es vacunar cuanta más gente posible, cuanto más rápido posible y en todo el mundo, sin exclusión de países. Entonces la pregunta es:
¿La decisión de suspender temporalmente las patentes sobre las vacunas puede ayudar a satisfacer esta necesidad?
De momento es una decisión de los EEUU, pero pronto (el próximo 30 de noviembre) se tendrá que discutir en la Organización Mundial del Comercio para que, con decisión unánime, se extienda a todos los países miembros: siendo la patente un derecho exclusivo territorial, su suspensión solo en el territorio de los EEUU no tendría el resultado contundente que se quiere alcanzar.
¿Pero, sería de verdad suficiente, o mejor dicho adecuada la decisión de suspender el derecho exclusivo sobre esas patentes para aumentar la producción y bajar el precio de las vacunas?
Una patente explica cómo se hace la vacuna, pero eso no significa “poder” hacerla: hacen falta materiales específicos y maquinarias sofisticadas que no estarían al alcance de todos.
De forma voluntaria, Moderna ha tomado la decisión de poner a disposición gratuitamente su patente, durante lo que dure la pandemia, para quien sea capaz de producir la vacuna de manera segura y eficaz, mientras que AstraZeneca, debido al hecho de que su patente sobre la vacuna se ha creado gracias a subvenciones, la ha ofrecido a precio de coste: pero, en ambos casos, casi nadie ha querido (o podido) aprovechar esas ofertas.
Mecanismos de mercado como incrementar la producción de las vacunas, facilitando al mismo tiempo sus exportaciones, y favorecer la transferencia de tecnología, a través de licencias voluntarias o, por razones de interés público en casos excepcionales como él que estamos viviendo, obligatorias (pero siempre con la previsión de una justa compensación económica para el titular de la patente), parecen ser instrumentos más apropiados: el primer resultado de la posibilidad de suspender las patentes ha sido él de ralentizar el proceso de las licencias, ya que nadie pagaría unos royalties para tener el derecho al uso de una tecnología que a los pocos meses podría tener gratis. Pero en la actual situación pocos meses significarían muchas vidas humanas.
El increíble trabajo de investigación y desarrollo, basado en colaboraciones transnacionales sin precedentes, ha permitido tener las vacunas a tiempo de récord, en el caso de la tecnología ARNm de Pfizer-Biontech basándose en años de trabajo (y patentes) para la cura del cáncer: pero eso supone un coste, y sin el derecho exclusivo de una patente este coste no se podría recuperar y esa actividad no se podría rentabilizar.
La suspensión, aunque temporal, de las patentes crearía también un peligroso precedente: ¿cuántas industrias farmacéuticas se atreverían en futuras investigaciones y cuántos inversores apostarían en este sector, con el miedo de que se repita una suspensión parecida? Es un interrogante que podría encontrar aplicación inmediata en la búsqueda de una rápida solución a las variantes del COVID-19. Además, no hay que olvidar que bastante a menudo la investigación médica no logra resultados satisfactorios en términos de medicamentos eficaces, como por ejemplo en el caso del Alzheimer, con gastos importantes que no se pueden recuperar.
Las patentes farmacéuticas
Dentro del ámbito de las patentes, las farmacéuticas se pueden considerar más esenciales que otras, como las patentes que se encuentran en el sector de las comunicaciones o de la automoción, para la vida del ser humano. La posibilidad de suspender las patentes farmacéuticas crearía la impresión de que se puedan patentar solo los inventos menos esenciales.
Además de licencias obligatorias para favorecer la transferencia de tecnología, de incentivos para aumentar la producción y de normas excepcionales para favorecer las exportaciones, el Mecanismo de Acceso Mundial a las Vacunas contra el Covid-19 (COVAX), liderado por la Organización Mundial de la Salud, tiene el importante objetivo de ofrecer a los Países más desfavorecidos un acceso equitativo a vacunas seguras y eficaces.
La única alternativa a una patente sería el secreto comercial. El inventor no tendría que cambiar el monopolio por explicar, a través de la patente, lo que acaba de inventar y por consiguiente los conocimientos no se podrían circular y desarrollar. No parece ser el mejor escenario, sobre todo durante una urgencia mundial.
Cuando es la salud de todos la que está en juego, es preferible un poco de sentido común antes que decisiones populistas y demagógicas que tienen sí un efecto inmediato, pero poca concreción y viabilidad.