Si no formas a tus empleados en innovación, no esperes ser una empresa innovadora
Estamos a las puertas de una nueva década en la que la innovación continuará siendo una de las estrategias que las organizaciones necesitaran para mantenerse en el mercado. Este cambio de década es un momento en el que es oportuno reflexionar sobre aquello en lo que las organizaciones deberían tener en cuenta para incorporar o mantener la innovación como una de sus estrategias de negocio y como parte de su cultura de empresa.
Lo primero sobre lo que quiero reflexionar es sobre qué es lo que hace que una empresa sea innovadora: las personas. Tal como he repetido a lo largo de los años en que escribo estos post “No hay empresas innovadoras sino lo que hay son empresas con personas innovadoras”. Este es en mi opinión el pilar fundamental de la innovación. En una empresa la cultura la adoptan las personas y si estas no interiorizan la necesidad de innovar o no piensan en cómo se puede innovar entonces en la empresa no habrá innovación. Hoy en día en las empresas nos encontramos en que conviven personas de diferentes generaciones que han vivido relevantes cambios pero que dependiendo de la edad suponen un mayor impacto. Mientras que para unos esos cambios son parte de su vida, para otros esos cambios son historia porque no los han vivido, los han leído o se los han explicado. Esta diferencia de percepciones es uno de los factores que más inciden en cómo se desarrollan las innovaciones y en cómo se introducen en el mercado.
Esto lo vemos claramente con la digitalización, especialmente cuando esta se quiere aplicar a los servicios. Mientras que para unos el entorno digital es su preferencia, para otros es el entorno físico el que prefieren. Y esto habría que tenerlo en cuenta cuando queremos desarrollar nuevos productos o nuevos servicios, porque si nuestros clientes prefieren mayoritariamente el entorno físico hemos de pensar como les vamos ofrecer esta alternativa.
Sin embargo la presencia física es cada vez menor especialmente cuando se crean nuevos negocios porque todo se orienta al entorno digital. Sustancialmente porque su oferta se basa en el precio. Y eso es lo que hace que el potencial cliente se decida. Y como son personas de “visión digital” las que deciden que ese nuevo negocio debe estructurarse con base digital y, muchas veces, automatizar los sistemas de atención al cliente con algoritmos de inteligencia artificial o sistemas automáticos de direccionamiento de respuestas (marque el 1 si…, marque el 2 si…). Pero toda esta visión digital de la innovación cae cuando aparecen problemas que no se han previsto o cuando el cliente tiene una necesidad que requiere de la interacción con una persona y porque muchas veces lo que quieren los clientes es ser escuchados, y una maquina no escucha.
¿Pero la innovación no va de tecnología? En parte sí, la innovación puede basarse en tecnología pero no todas las innovaciones son tecnológicas. Y es en esto donde los empleados de la empresa pueden aportar el elemento diferencial que hará que una innovación pueda ser un éxito.
Demasiadas veces las empresas no son conscientes del potencial que suponen sus empleados para el desarrollo de innovaciones, pero no estoy hablando de los empleados que hacen I+D sino de todos los empleados. En todas las empresas cualquiera puede tener la idea que transforme el negocio o que haga que pueda desarrollarse una innovación que cree el “producto del año”.
Para ello se requiere que exista un entorno dentro de la empresa en que la innovación este en el ambiente. Y para ello lo primero es que exista un programa de formación de empresa en que la innovación sea el eje integrador. Un programa en el que deben participar todos los empleados de la empresa en el que se les enseñe cómo pueden aportar con sus capacidades o sus conocimientos a la innovación de la empresa. Y este programa debe incluir también a la dirección que debería hacerlo junto con otros empleados para escuchar de primera mano sus opiniones.
Y las aportaciones habrá quien lo haga con sus ideas, otros con los comentarios que escucha de los clientes cuando conversa con ellos, otros cuando explican los problemas que se encuentran en los procesos en que intervienen en la empresa, otros explicando lo que han visto en sus vacaciones o cuando visitan una feria con sus hijos.
¿Pero para innovar no hay que poner mucho dinero? Poner mucho dinero no garantiza que haya innovación, incluso puede ser contraproducente porque se confía que se va a poder comprar todo lo que se necesite. Y esto último es una de las tendencias que se dan hoy en día en el mundo empresarial, que es la compra de empresas emergentes por parte de grandes empresas que ya no invierten en innovación interna, sino que compran innovación externa. Esto en algunos casos puede ser una buena opción, pero a veces esa compra lo que hace es que lo que desarrollaba esa empresa emergente entre dentro de la estrategia global de una empresa con una cultura que impida la visión que hasta ese momento tenía. Y si bien los antiguos propietarios obtienen un beneficio particular, para la empresa va a suponer entrar en una dinámica decadente porque la cultura del nuevo dueño va a desincentivar a los innovadores que verán cómo se limita o impide su necesidad de explorar nuevos territorios.
Mi reflexión final para esta nueva década es que:
“Son las personas las que harán que nuestra organización sea innovadora y no el dinero que dediquemos a comprar tecnología”.