No podemos evitar los accidentes, pero podemos innovar para que no se repitan
Aunque nos pueda parecer terrible una de las causas del desarrollo y difusión de muchas innovaciones son los accidentes en los que, desgraciadamente, hay fallecimientos. Estas semanas en los que la incertidumbre sobre el desenlace del avión desaparecido en el Océano Indico ha dado pie a un seguimiento masivo de la noticia y a una retahíla de hipótesis de lo sucedido; pero lo que también ha aflorado es el interrogante de cómo es posible que un dispositivo como el iPhone sea geolocalizable, y en cambio un avión pueda desaparecer sin dejar rastro. Al final como casi siempre es una cuestión económica: es demasiado caro instalar estos sistemas.
Ahora bien, precedentes de tecnologías existentes que como consecuencia de un accidente se incorporaron a nuestra vida diaria hay innumerables, uno de los que más impacto tecnológico ha tenido es el que permite la geolocalización: el sistema GPS. Cuando en 1983 el vuelo 007 de Korean Air fue derribado en territorio soviético debido a que en aquella época la aviación civil no disponía de un sistema para conocer su posición exacta; como consecuencia el que en aquella época era presidente de los EE.UU., Ronald Reagan, dio la orden que cuando el sistema GPS estuviera suficientemente desarrollado fuese de público acceso, con lo que esto permitiría que tanto los aeroplanos como cualquier vehículo con un dispositivo GPS pudiera conocer su situación. Hoy en día el uso del sistema GPS se ha extendido de tal forma que cualquiera que tenga un teléfono móvil con unas determinadas prestaciones es geolocalizable, o que incluso hay cámaras fotográficas que lo llevan incorporado para incluir los datos de la ubicación geográfica en la que se tomó la fotografía.
Los accidentes también han permitido conseguir conocimientos que han dado pie a desarrollar terapias médicas para curar enfermedades. Un caso emblemático es el del “bombardeo de Bari”, hecho ocurrido durante la Segunda Guerra Mundial cuando en un bombardeo realizado por la aviación alemana sobre los barcos angloamericanos que fondeaban en dicho puerto, entre estos barcos se encontraba el bautizado como John E. Harvey que en su interior tenia almacenado un cargamento con gas mostaza que como consecuencia de la explosión del barco por efecto de varias bombas que alcanzaron los depósitos de municiones se propagó por una zona del puerto provocando lesiones y quemaduras a numerosos militares y civiles, una parte de los cuales empezaron a morir al cabo de varias horas. En las autopsias realizadas se descubrió que provocaba una anormal disminución de glóbulos blancos por lo que se consideró que el gas mostaza podría utilizarse en el tratamiento de la leucemia.
Pero las innovaciones no son solo consecuencia de “grandes accidentes” también los “pequeños accidentes” ayudan a desarrollar innovaciones como son el caso de los productos desarrollados para evitar que los niños tengan accidentes en el hogar. Esta línea de negocio ha permitido incluso crear empresas como Kidy Froh que desarrolla y comercializa numerosos productos en todos los ámbitos del hogar donde pueden ocurrir accidentes.
Nosotros mismos hemos podido sufrir o ver accidentes que nos hayan llevado a pensar alguna solución para poderlo evitar, o minimizar sus efectos. Aunque en la mayoría de los casos no las hemos llevado a la práctica. Pero si nuestra empresa desarrolla productos debe estar preparada para considerar los accidentes que ocurren con el uso de dichos productos como una oportunidad para innovar. Y cuando desgraciadamente ocurre nos podemos plantear esta secuencia de preguntas:
- ¿Que se esperaba que sucediera?
- ¿Qué sucedió en realidad?
- ¿Por qué hubo estas diferencias?
- ¿Qué hemos de cambiar?
Y a partir de los que hemos de cambiar podemos empezar a pensar en soluciones innovadoras.