Las organizaciones políticamente correctas
¿Se debe permitir hablar de política en la empresa? ¿Debemos utilizar el lenguaje inclusivo para expresarnos?
Son reflexiones que últimamente me vienen a la cabeza a menudo. Vivimos en un mundo de una creciente polarización, de blancos y negros, sin apenas grises. Estamos creando una sociedad hipersensible e infantilizada cuyo resultado es que estos temas sean protagonistas. Debates tramposos en los que se sabe cómo empiezas pero nunca como acabas. Hace tiempo que pienso que estas discusiones en la sociedad son artificiales y que son “problemas del primer mundo” lo cual denota que como sociedad hemos conseguido un alto nivel de bienestar, sin graves problemas aparentes, pero necesitados de procurarnos por algo. Y no es que no haya retos importantes, pero quizás son demasiado esquivos o complejos. Sea como fuere, tengo la sensación de estar constantemente rodeado de discusiones estériles básicamente por qué tenemos una opinión de todo y la expresamos sin pudor. En España en poco tiempo, hemos pasado de ser todos entrenadores de fútbol, a expertos en derecho penal o doctores en inmunología, virología, epidemiología o disciplinas afines, y lo expandimos a los cuatro vientos.
Comento este tema ya que en las últimas semanas han pasado tres hechos que vale la pena comentar y que, a pesar de ser independientes para mí son un síntoma de lo que comentaba en el párrafo anterior.
- El primero es la lectura del libro el “Valle Inquietante” una novedad de la gran editorial El Libro del Asteroide que explica la experiencia de una joven neoyorquina trabajando en Silicon Valley. La chica decide mudarse a la costa oeste buscando un salto profesional surfeando la ola tecnológica, y a pesar de no haber estudiado nada relacionado con la tecnología, es capaz de desarrollar una carrera profesional brillante. Lo interesante del libro es la descripción que hace la protagonista de una cultura empresarial misógina, infantiloide, carente de humanismo y muy focalizada en el rápido éxito financiero. Una cultura sin valores formada por gente talentosa desde el punto de vista técnico, pero que denota una carencia de una mínima formación humanística. Personas con un poder desmesurado fruto de la omnipresencia en nuestra vida de los algoritmos en que desarrollan, pero incapaces de tomar consciencia de sus consecuencias. En su descargo es una ecosistema donde a los 30 años ya eres “senior”, por lo que son personas muy jóvenes y carentes de la madurez necesaria para entender ciertas cosas, pero que no deja de ser desalentador. También es difícil de aceptar entender la evolución de la ciudad de San Francisco y el efecto de la gentrificación. Un ciudad otrora reducto de minorías de todo tipo, la capital de la libertad, convertida en un ghetto para geeks. Para los que la hemos conocido antes del boom tecnológico da cierta lástima.
- El segundo punto es el veto del Gobierno francés en el uso de lenguaje inclusivo en los textos oficiales por recomendación unánime de la Academia de la Lengua Francesa. El principal motivo es que consideran que «es un obstáculo a la comprensión de la escritura». Esto es importante por venir de un país poco sospechoso de tener tradición de intolerante, y coincide con ciertas situaciones esperpénticas que se han dado en España con un abuso del lenguaje inclusivo en algunos discursos oficiales. Parece ser que la forma define el fondo y que por el hecho de decir señoras y señores, la sociedad será menos machista y patriarcal. Demasiado posturero, y poca sustancia. Al menos los franceses lo tienen claro.
- Por último, el incidente en la compañía Basecamp, una de las más admiradas del mundo tecnológico por sus ideas y sus productos. Hace semanas hubo un debate interno sobre un hilo de discusión de hace unos años burlándose del nombre de algunos clientes que coincidían con minorías étnicas. De ahí a las acusaciones de xenofobia y racismo ha sido automático. El tema explotó públicamente cuando los fundadores publicaron un post en el blog de la compañía prohibiendo hablar de política en los canales de comunicación oficiales de la empresa, y haciendo énfasis que a la empresa se iba a trabajar que para eso es por lo que se les paga, y bastante bien por cierto. El resultado es veintitantos de los cincuenta y tantos trabajadores dejaron la compañía; son perfiles que se los rifan en este sector por lo que encontrarán trabajo sin problemas. Además a la compañía ha tenido que lidiar con una crisis reputacional que ha puesto en cuestión su papel de referente en el sector tecnológico. Todo por un caso que seguramente pasé en cualquier empresa, y que puede formar parte de una válvula de escape de un trabajo tan duro como es la atención al cliente. Quién esté libre de pecado que tire la primera piedra. Pero quizás estamos siendo demasiado literales con todo.
Las relaciones interpersonales se han complicado. La sociedad se ha polarizado. Sobrerreaccionamos a cualquier estímulo en parte por qué tenemos la capacidad de expresarnos públicamente a través de las plataformas digitales en tiempo real. Estamos hipersensibilizados y nuestro modo por defecto es la indignación. Todo nos parece mal. Estamos instalados en la queja continua. Hay demasiado agresividad que son reflejo de nuestra frustración e impotencia. En este contexto dirigir una organización se complica. Unas organizaciones que están expuestas al escrutinio social constante. Unas organizaciones a las que se les obliga a comportarse socialmente responsable y a ser políticamente correctas. Seguramente en tu organización hay profesionales que trabajan diariamente codo con codo que están en las antípodas ideológicas. Unos serán de Boca y otros de River. Heteros y homosexuales. De Star Wars o de Star Trek. De tortilla con cebolla o sin cebolla. Seguidores y haters de Trump. ¿Eso importa? ¿Las empresas en aras de la diversidad e inclusividad han de saber las orientaciones sexuales o ideológicas de sus empleados? ¿Las empresas son responsables del comportamiento de sus trabajadores fuera de la esfera profesional? ¿Dónde está el límite entre las esferas públicas y privadas? ¿No estaremos hablado de todo menos de lo importante? De cómo sacar un país adelante del que no quiero ni pensar que sería de él de no pertenecer al club selecto de la Unión Europea. Toca arremangarse.